¿No os ocurre a vosotros
que hay ciertas canciones
que escuchamos y se graban a fuego
en nuestro ser?
Cada canción que suena
a lo largo de nuestra vida
queda guardada consciente
y a veces inconscientemente
en nuestra memoria.
A veces, también en nuestra retina
ya que cada vez que suena
nos transporta a un determinado lugar
donde ese concierto para nosotros
fue auténtico y pura magia.
Otras, simplemente, nos lleva a momentos
que quisiéramos olvidar
y borrar de un plumazo
pero la mente no nos lo permite.
—
Puede que la música sea
un antiguo vaivén que nos trajo
hasta esta nueva orilla.
Una sucesión de ritmos nacientes
que afloran de lo más interno
para convertirse en recuerdo reciente.
Puede que ella, musa de agradable genio,
nos tienda la mano en cualquier momento,
siendo cáliz y alimento para almas famélicas
que creyeron perder el aliento.
Ahora vienes tú y me hablas
de que no puedes volver a tocar aquella canción;
que te recuerda a nosotros
y a todas las madrugadas.
Y entonces río,
no porque me sepa ganadora de batallas,
sino porque he aprendido a mantener en el olvido
todo lo que algún día dolió
y a dejar prendida en el mañana
esa melodía que me susurra el porvenir infinito,
la duda latente de volvernos a encontrar
bajo el filo de nuestra particular balada
y que prenda de nuevo la llama.